La senda del rey by Rafaela Cano

La senda del rey by Rafaela Cano

autor:Rafaela Cano
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
publicado: 2018-02-14T23:00:00+00:00


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A varias jornadas de camino de Marrakech, el morabito Sidi el Ayachi, desde la orilla derecha del caudaloso río Bu Regreg, contemplaba con curiosidad el desembarco de decenas de personas que por los vestidos parecían ser nuevos cristianos. Sentado en la puerta de su choza, pasó toda la mañana preguntándose por qué la guarnición del caíd Abdelazis el Zaruri no estaba allí para controlar aquella nueva invasión de extranjeros. Hacía un año que habían comenzado a llegar gentes de los reinos de Castilla y ya se contaban por miles. Llegaría un momento en que los echarían de sus propias tierras.

Ya al atardecer tuvo la certeza de que ningún soldado o autoridad iría. Entonces se subió a su barca y, acompañado de cinco sacerdotes, desembarcó en la otra orilla para enterarse de lo que allí estaba sucediendo y si aquellos extranjeros acudían, como los hornacheros, a luchar al lado del cabeza hueca del sultán.

Cuando los sacerdotes los oyeron hablar y vieron que vestían al estilo cristiano no tuvieron dudas de que eran gentes expulsadas de los reinos de Castilla. Y como las anteriores veces, torcieron el gesto al ver que las mujeres no llevaban cubierta la cabeza. Los magacelenses les pidieron ayuda y ellos estuvieron a punto de volverse por donde habían venido, pero El Ayachi recordó en voz alta uno de los preceptos religiosos: «Has de querer y desear para tu próximo y hermano muçilim todo aquello de bien y honra que tú deseas para ti mismo». Así que los llevaron hasta la vieja fortaleza, donde los moriscos de Hornachos, llegados hacía ya un año, estaban establecidos y organizados y reconstruían la vieja muralla.

Los hornacheros los recibieron con recelo, pues sabían que la mayoría de los moriscos de Magacela hacía mucho tiempo que habían abandonado su religión, considerándoselos renegados y desconfiando en un principio de ellos. Sin embargo, pronto les brindaron sus modestas casas de adobe que ellos mismos habían construido. Algunos porque tenían parientes o conocidos entre los de Magacela y los más porque se dieron cuenta de que esos cristianos nuevos de moros, llegados como ellos de tierras extremeñas, se las habían arreglado para traer dinero.

Hacía un año que los casi tres mil hornacheros habían llegado al Salé y habían formado una comunidad cerrada. A las pocas semanas habían formado una recta organización nombrando a un alcaide y estableciendo unas rigurosas reglas que debían cumplir. Muchos de ellos, sobre todo jóvenes, se rebelaron contra las que consideraban unas leyes absurdas y, dejándose llevar por el entusiasmo de los valencianos y castellanos, se unieron a la milicia de Muley Zaidan, en lucha con sus hermanos desde hacía años. Cuando los sueños que les había prometido el sultán de volver a sus reinos se fueron desvaneciendo volvieron a la comunidad, que los recibió con los brazos abiertos, pues muchos eran hijos o nietos de los que se habían quedado en la fortaleza.

Los moriscos de Magacela, como antes habían hecho sus paisanos de Hornachos, tomaron conciencia de la situación a los pocos días de haber llegado al Salé.



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